En algún momento de Nuestras Vidas, hemos tenido la necesidad de hacer algún trámite, de donar sangre a cierto familiar que la requiera, de aprender algún cursillo de computación o de pedirle el catálogo de lencería a la tía más cercana. Todos tenemos necesidades en particular. Pero si hay algo en la cual todos somos inmersos, ya como un ritual casi imperceptible, es ir de compras al Supermercado.
Ir al Supermercado puede ser una aventura fascinante. No cualquiera puede salir ileso y mentalmente saludable ante aquella travesía. Es cuestión de Valientes tan sólo.
Suelo ir al mismo supermercado. No es que sea más barato, ni que me quede cerca, ni mucho menos. Es meramente costumbre. ¿Por qué? Ni idea, mis estimados. Debe haber algo subliminal en aquel acto que aún no percibo con detenimiento. Como una canción de Beatles al revés que me hace ir una y otra vez al mismo lugar.
Quise hacer un experimento hace unos días, y así analizar a detalle el porqué se me complica tanto la existencia en una situación para algunos tan poco complicada.
PRODUCTOS POR ADQUIRIR:
-1 Kilo de Arroz
-2 paquetes de Azúcar
-1 Kilo de Papas.
-Limones (los que en el momento se me ocurran)
-Desodorante, Jabón y Pasta dental.
-1/2 docena de huevos.
Nada podía ser tan difícil. Menos de una decena de cosillas, las escoges, pagas y te largas. Así de simple es la cuestión… así de ilusas siempre son mis creencias.
PRIMER OBSTÁCULO: Si no tienes una monedita de un peso, (cosa casi utópica en esta ciudad donde las monedas son tan abundantes como los policías cuidándote las espaldas en la calle) no podrás guardar tu bolso en los casilleros. Así que no me queda otra que acercarme al Guardia de seguridad que está en la puerta, y éste me deposita mis pertenencias en una bolsota donde tranquilamente entra una TV plasma, una impresora multifunción y doce kilos del mejor mondongo de la ciudad.
(Los que llevamos siempre consigo el maquillaje usamos bolso… ooook?”!)
Luego de aquella primera fase ya resuelta, listita en mano, suelo organizarme para hacer mi recorrido. Lo primero que tengo a la mano son los productos de aseo personal.
Lamentablemente, me percato, que está justo en los mismos módulos de tintes, cremas y demás menjunjes con que se embadurnan ese montón de viejecillas que tengo al frente. Pienso que sería un buen invento las bocinas en los carritos de compra, ya que por mas “permiso…”, “disculpe…”, estas señoras no tienen la más mínima intención de hacerte caso. Así que haciéndome el loco y mirando de reojo productos que jamás compraré, espero que las viejujas escojan entre el rubio cenizo y el ocre diarrea.
Optó por hacer un giro de 180° y evitarme el disgusto. Desodorante, jabones y pasta dental al carrito y se acabó la historia. Al dirigirme a la sección de frutas y verduras, paso por los estantes de ropa. Me detengo a ver unos pantalones. Al girar la cabeza a la derecha, veo a una señora muy chiquita ella, con gorrita y lentes oscuros, como un pequeño soldadito. Tiene unos calzoncillos en la mano y me mira detenidamente. Como mi señora madre hizo que me graduara de hijo con honores y menciones honrosas, adivino las intenciones de tal vez “puedo medirlos contigo a ver si le quedan a mi Juanito”, y como un Señor de mi porte y elegancia no se prestaría a semejante humillación, pongo turbo al carruaje y salgo disparado de aquella zona.
SEGUNDO OBSTÁCULO: Intento de amabilidad en sección de Verduras.
Cada persona tiene sus propias mañas o trucos al escoger las verduras, frutas, carnes y películas porno. Tienes tus propias tácticas para saber si está buena o no. Eso yo lo sé. Eso me enseñaron. Lo mismo debe haber pensado la señora parada detrás de mí, quien con una vocecilla que apenas puedo distinguir, me pide por favor si le puedo alcanzar aquellos limones colocados donde su brazo no puede llegar. Volteo y casi dando un brinco, me siento Frodo en su primer encuentro con Gollum. Obvio que asiento con la cabeza (temeroso aún) y estiro mi brazo para escoger los mejores del montón.
- ¿Estos le parece?, le pregunto
- No… no… esos que están más arriba, me responde.
- ¿Los verdes?, dudo
- ¡esoooos…!, afirma
Vuelvo a estirar el brazo y llego a tomar dos. Me pide (sin perder la amabilidad) si pueden ser esos dos que están más, más, más arriba. Esta señora debe pensar que soy el Hombre Chicle, porque en un ademán pocas veces visto, logro casi capturar aquellos verdes limones, mientras otros cinco caían al piso.
- ¿Cómo que están verdes no?, pregunta
- Si pues.
Al fin, escoge ella misma seis limones que se encuentran en la parte más baja y uno de los que torpemente boté al piso. Prometo mentalmente no ayudar nunca más a ninguna señora de por medio.
- Gracias hijito
- De nada… CUANDO QUIERA. ...(ay!)
Volteo y pienso si debo comprar lechugas. Pero recuerdo que en casa tengo alguna en la heladera. Tengo la maldita costumbre de subir los pies al carrito y deslizarme cual patinador sobre hielo por entre los mostradores. Hago ese estúpido ademán en dirección a las papas. Sin darme cuenta, choco con la esquina del mostrador y a mi lado, nuevamente, la Señora de los Anillos me sonríe en forma cómplice. Mucho antes de que por casualidad me pidiese escoger los mejores tubérculos de la estación, me detengo en la acelga (que nunca comeré), pero hacer pensar que sí ayudaría bien a disimular mis pocas ganas de ser amable.
- … es tan rica la acelga no?, me pregunta aquella
- Pero por supuesto, le respondo con fachas de cocinero gourmet
Después de pasar por la balanza, casi corriendo, escojo un paquete de huevos y contento, me doy cuenta que sólo me faltan dos cositas y terminado el asunto. Mientras llego a los estantes de arroz, un niñito sentado al borde del carrito, esperando que su buena mamá termine sus compras, me sonrie y me estira su manito. Le estiro la mía para que no sólo recoja la suya, sino estalle en llanto con unos alaridos dignos de un chimpancé enojado. La madre debe haber sospechado que en un descuido intenté torturar a su retoño, por la mirada que me lanzó, a lo que haciendo gala de mis dotes de manejador de situaciones, simplemente me largué del lugar, para casi atropellar a otro niño caminando. Repito en mi cabeza que “tal vez este día a Herodes se le ocurrió reencarnarse en este humilde peruano”.
Pasado el incidente, ya con muchas ganas de irme, bolsa de arroz y de azúcar al carrito para oir a una señora muy enojada a mi lado exclamando:
- ¡Qué caro están los precios Dios Mío!
Terminado esta frase hace su aparición la señora de los limones caídos para refutarle:
- Pero si más bien aquí los precios están más baratos me parece…
- ¿Más baratos?, pero si ya no alcanza la plata para nada- le dice la primera señora – la culpa la tienen esos del campo…
- No, a mi me parece que la culpa la tiene La Cristina..., responde la segunda (con respeto, pongámosle el apelativo de “Gollum” sólo para no confundir).
Y como a mí, estás discusiones me tienen hasta los huesos, así despacito, huyo para no verme comprometido en alguna interrogante que me vayan a otorgar. Casi de forma ilusa, voy a la caja pensando que allí se acaba todo, sabiendo en el fondo que es allí, donde viene lo difícil. Donde tendré que enfrentarme al monstruo final. Donde tendré que entrar en las tierras de Mordor y destruir el anillo (y de pasada, darle un empujón a Gollum para que se queme en sus océanos de fuego).
Es en esta parte del experimento donde las hipótesis se convierten en los Grandes Misterios sin resolver:
1) Si la caja dice “MAXIMO 10 ARTÍCULOS”, ¿es simple ganas de joder aparecerse allí con setecientas?
2) Si sabemos que cada papa, limón o cebolla NO tiene código de barras, ¿es simple OLVIDO no pesarlas antes?
3) Si hay un cartelote de “ESTA CAJA NO ADMITE TARJETAS”, ¿es hacerte perder el tiempo cuando aquella señora EXIGE pagar con cualquiera de sus 8 tarjetas de crédito?
4) Si en este mundo cada vez más acelerado (y cuando algunos sólo queremos llegar a casa para comer) ¿es parte del protocolo que la cajera se ponga a conversar con la amiga de la salida con el novio la noche anterior?
5) Si después de esperar tres cuartos de hora en la fila, la misma cajera te dice que pase a la siguiente caja porque esa acaba de cerrar: ¿está escrito en el Código Penal absolverme del delito si la mato a limonasos en la cabeza?
6) Si existe “CAJAS CON PRIORIDAD PARA MUJERES EMBARAZADAS”, “CAJAS PARA MAXIMO 10 Y 15 ARTICULOS”, “CAJA PARA TARJETAS DE CRÉDITO”,… ¿no debería existir a su vez “CAJAS PARA SEÑORAS CON GANAS DE CONVERTIRTE EL DÍA EN UNA CAGADA DE AQUELLAS”?
7) Si la verdad, NO te da la gana de donar tus 5 centavitos para aquella Fundación que recién te enteras que existe… ¿es dable que te observen como un ser malvado y un insensato cruel ser humano?
Pago, me doy cuenta que para estas ocho cositas tengo ocho bolsitas (total es gratis, no hay problema, así lleno mi casa de bolsas) y miro mi reloj…
FIN DEL EXPERIMENTO; TIEMPO TRANSCURRIDO: 1 hora con 12 minutos.
Ya con poca hambre, camino a casa, pienso en cada situación casi absurda que pase este día… en como algo cotidiano puede ser una experiencia tan demencial, tan desesperante e irracional. Pienso en que menos mal que salí de allí, pienso en…
-Uy chucha! me olvidé del aceite y el café.
Tendré que regresar mañana.
(¿¿¿Lo estaré haciendo a propósito???)
.
Ir al Supermercado puede ser una aventura fascinante. No cualquiera puede salir ileso y mentalmente saludable ante aquella travesía. Es cuestión de Valientes tan sólo.
Suelo ir al mismo supermercado. No es que sea más barato, ni que me quede cerca, ni mucho menos. Es meramente costumbre. ¿Por qué? Ni idea, mis estimados. Debe haber algo subliminal en aquel acto que aún no percibo con detenimiento. Como una canción de Beatles al revés que me hace ir una y otra vez al mismo lugar.
Quise hacer un experimento hace unos días, y así analizar a detalle el porqué se me complica tanto la existencia en una situación para algunos tan poco complicada.
PRODUCTOS POR ADQUIRIR:
-1 Kilo de Arroz
-2 paquetes de Azúcar
-1 Kilo de Papas.
-Limones (los que en el momento se me ocurran)
-Desodorante, Jabón y Pasta dental.
-1/2 docena de huevos.
Nada podía ser tan difícil. Menos de una decena de cosillas, las escoges, pagas y te largas. Así de simple es la cuestión… así de ilusas siempre son mis creencias.
PRIMER OBSTÁCULO: Si no tienes una monedita de un peso, (cosa casi utópica en esta ciudad donde las monedas son tan abundantes como los policías cuidándote las espaldas en la calle) no podrás guardar tu bolso en los casilleros. Así que no me queda otra que acercarme al Guardia de seguridad que está en la puerta, y éste me deposita mis pertenencias en una bolsota donde tranquilamente entra una TV plasma, una impresora multifunción y doce kilos del mejor mondongo de la ciudad.
(Los que llevamos siempre consigo el maquillaje usamos bolso… ooook?”!)
Luego de aquella primera fase ya resuelta, listita en mano, suelo organizarme para hacer mi recorrido. Lo primero que tengo a la mano son los productos de aseo personal.
Lamentablemente, me percato, que está justo en los mismos módulos de tintes, cremas y demás menjunjes con que se embadurnan ese montón de viejecillas que tengo al frente. Pienso que sería un buen invento las bocinas en los carritos de compra, ya que por mas “permiso…”, “disculpe…”, estas señoras no tienen la más mínima intención de hacerte caso. Así que haciéndome el loco y mirando de reojo productos que jamás compraré, espero que las viejujas escojan entre el rubio cenizo y el ocre diarrea.
Optó por hacer un giro de 180° y evitarme el disgusto. Desodorante, jabones y pasta dental al carrito y se acabó la historia. Al dirigirme a la sección de frutas y verduras, paso por los estantes de ropa. Me detengo a ver unos pantalones. Al girar la cabeza a la derecha, veo a una señora muy chiquita ella, con gorrita y lentes oscuros, como un pequeño soldadito. Tiene unos calzoncillos en la mano y me mira detenidamente. Como mi señora madre hizo que me graduara de hijo con honores y menciones honrosas, adivino las intenciones de tal vez “puedo medirlos contigo a ver si le quedan a mi Juanito”, y como un Señor de mi porte y elegancia no se prestaría a semejante humillación, pongo turbo al carruaje y salgo disparado de aquella zona.
SEGUNDO OBSTÁCULO: Intento de amabilidad en sección de Verduras.
Cada persona tiene sus propias mañas o trucos al escoger las verduras, frutas, carnes y películas porno. Tienes tus propias tácticas para saber si está buena o no. Eso yo lo sé. Eso me enseñaron. Lo mismo debe haber pensado la señora parada detrás de mí, quien con una vocecilla que apenas puedo distinguir, me pide por favor si le puedo alcanzar aquellos limones colocados donde su brazo no puede llegar. Volteo y casi dando un brinco, me siento Frodo en su primer encuentro con Gollum. Obvio que asiento con la cabeza (temeroso aún) y estiro mi brazo para escoger los mejores del montón.
- ¿Estos le parece?, le pregunto
- No… no… esos que están más arriba, me responde.
- ¿Los verdes?, dudo
- ¡esoooos…!, afirma
Vuelvo a estirar el brazo y llego a tomar dos. Me pide (sin perder la amabilidad) si pueden ser esos dos que están más, más, más arriba. Esta señora debe pensar que soy el Hombre Chicle, porque en un ademán pocas veces visto, logro casi capturar aquellos verdes limones, mientras otros cinco caían al piso.
- ¿Cómo que están verdes no?, pregunta
- Si pues.
Al fin, escoge ella misma seis limones que se encuentran en la parte más baja y uno de los que torpemente boté al piso. Prometo mentalmente no ayudar nunca más a ninguna señora de por medio.
- Gracias hijito
- De nada… CUANDO QUIERA. ...(ay!)
Volteo y pienso si debo comprar lechugas. Pero recuerdo que en casa tengo alguna en la heladera. Tengo la maldita costumbre de subir los pies al carrito y deslizarme cual patinador sobre hielo por entre los mostradores. Hago ese estúpido ademán en dirección a las papas. Sin darme cuenta, choco con la esquina del mostrador y a mi lado, nuevamente, la Señora de los Anillos me sonríe en forma cómplice. Mucho antes de que por casualidad me pidiese escoger los mejores tubérculos de la estación, me detengo en la acelga (que nunca comeré), pero hacer pensar que sí ayudaría bien a disimular mis pocas ganas de ser amable.
- … es tan rica la acelga no?, me pregunta aquella
- Pero por supuesto, le respondo con fachas de cocinero gourmet
Después de pasar por la balanza, casi corriendo, escojo un paquete de huevos y contento, me doy cuenta que sólo me faltan dos cositas y terminado el asunto. Mientras llego a los estantes de arroz, un niñito sentado al borde del carrito, esperando que su buena mamá termine sus compras, me sonrie y me estira su manito. Le estiro la mía para que no sólo recoja la suya, sino estalle en llanto con unos alaridos dignos de un chimpancé enojado. La madre debe haber sospechado que en un descuido intenté torturar a su retoño, por la mirada que me lanzó, a lo que haciendo gala de mis dotes de manejador de situaciones, simplemente me largué del lugar, para casi atropellar a otro niño caminando. Repito en mi cabeza que “tal vez este día a Herodes se le ocurrió reencarnarse en este humilde peruano”.
Pasado el incidente, ya con muchas ganas de irme, bolsa de arroz y de azúcar al carrito para oir a una señora muy enojada a mi lado exclamando:
- ¡Qué caro están los precios Dios Mío!
Terminado esta frase hace su aparición la señora de los limones caídos para refutarle:
- Pero si más bien aquí los precios están más baratos me parece…
- ¿Más baratos?, pero si ya no alcanza la plata para nada- le dice la primera señora – la culpa la tienen esos del campo…
- No, a mi me parece que la culpa la tiene La Cristina..., responde la segunda (con respeto, pongámosle el apelativo de “Gollum” sólo para no confundir).
Y como a mí, estás discusiones me tienen hasta los huesos, así despacito, huyo para no verme comprometido en alguna interrogante que me vayan a otorgar. Casi de forma ilusa, voy a la caja pensando que allí se acaba todo, sabiendo en el fondo que es allí, donde viene lo difícil. Donde tendré que enfrentarme al monstruo final. Donde tendré que entrar en las tierras de Mordor y destruir el anillo (y de pasada, darle un empujón a Gollum para que se queme en sus océanos de fuego).
Es en esta parte del experimento donde las hipótesis se convierten en los Grandes Misterios sin resolver:
1) Si la caja dice “MAXIMO 10 ARTÍCULOS”, ¿es simple ganas de joder aparecerse allí con setecientas?
2) Si sabemos que cada papa, limón o cebolla NO tiene código de barras, ¿es simple OLVIDO no pesarlas antes?
3) Si hay un cartelote de “ESTA CAJA NO ADMITE TARJETAS”, ¿es hacerte perder el tiempo cuando aquella señora EXIGE pagar con cualquiera de sus 8 tarjetas de crédito?
4) Si en este mundo cada vez más acelerado (y cuando algunos sólo queremos llegar a casa para comer) ¿es parte del protocolo que la cajera se ponga a conversar con la amiga de la salida con el novio la noche anterior?
5) Si después de esperar tres cuartos de hora en la fila, la misma cajera te dice que pase a la siguiente caja porque esa acaba de cerrar: ¿está escrito en el Código Penal absolverme del delito si la mato a limonasos en la cabeza?
6) Si existe “CAJAS CON PRIORIDAD PARA MUJERES EMBARAZADAS”, “CAJAS PARA MAXIMO 10 Y 15 ARTICULOS”, “CAJA PARA TARJETAS DE CRÉDITO”,… ¿no debería existir a su vez “CAJAS PARA SEÑORAS CON GANAS DE CONVERTIRTE EL DÍA EN UNA CAGADA DE AQUELLAS”?
7) Si la verdad, NO te da la gana de donar tus 5 centavitos para aquella Fundación que recién te enteras que existe… ¿es dable que te observen como un ser malvado y un insensato cruel ser humano?
Pago, me doy cuenta que para estas ocho cositas tengo ocho bolsitas (total es gratis, no hay problema, así lleno mi casa de bolsas) y miro mi reloj…
FIN DEL EXPERIMENTO; TIEMPO TRANSCURRIDO: 1 hora con 12 minutos.
Ya con poca hambre, camino a casa, pienso en cada situación casi absurda que pase este día… en como algo cotidiano puede ser una experiencia tan demencial, tan desesperante e irracional. Pienso en que menos mal que salí de allí, pienso en…
-Uy chucha! me olvidé del aceite y el café.
Tendré que regresar mañana.
(¿¿¿Lo estaré haciendo a propósito???)
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