sábado, 11 de abril de 2009

Carta al Carpintero

Querido Carpintero:

Hace una semana supe que cumpliste años: 97 para ser exactos.

¡Qué ganas de vivir que tienes, en verdad! Siempre he de admirar eso en ti.

Desde niño, veía las ganas que le ponías a las cosas; esa fuerza mezclada con tu particular ternura para dejar por terminado todo lo que empezabas.

¿Recuerdas cuando construiste mi primera cama? Sí, aquella que aún conservo en Lima, con sus bordes torneados y aquel celeste con en el que se ocurrió pintarlo. Pudiste haberla barnizado solamente pero, siempre fuiste así de original con todo. Como los juguetes que inventabas para regalárnoslos a mi hermano y a mí.

En aquel mundo de fantasía (que confieso, aún conservo gracias a ti, querido carpintero) eras una suerte de Gepetto tratando de moldear Pinochos sin descanso. Sí, lo sé, te encantaba vernos sonreír, te encantaba que fuésemos siempre niños.

¿Recuerdas aquellas tardes cuando en tus momentos de descanso nos hacías aprender esas pintorescas poesías, las cuales recitábamos para hacer reír a nuestros padres? Cuántos recuerdos de aquellas épocas realmente, cuando las tristezas brillaban por sus ausencias y nos ahogábamos en eternos mares de despreocupación.

Aún recuerdo la primera vez que vi aquella mitad de dedo que perdiste trabajando con una sierra eléctrica. Te confieso ahora: me asustó. Creo que en fondo tú lo sabías, por eso nos hacías con tu mano el jueguito aquel del elefante caminando. Hasta en mi inocencia llegué a envidiar ese pedazo de extremidad faltante, para poder hacer yo el mismo ademán.

¿Y recuerdas que durante buen tiempo no podía pronunciar muy bien tu nombre? Claro, sé que fui muy torpe para eso de aprender a hablar hasta años después. “Tosé” te decía, ¿te acuerdas? Por supuesto que te acuerdas, pues hasta ahora te quedaste con el apelativo de “Tosesito”.

Siempre pensé que ese ojo el cual tenías medio caído era lo que hacía de tu rostro tan confiable a los demás. Como un pequeño guiñe de complicidad, como una muestra de afecto a todos. Sí, a todos, si en el barrio no había nadie que no te quisiera tanto. Y más aún, a pesar de que eras de poco hablar, un par de palabras tuyas y un gesto, bastaban como para te entregáramos sonrisas gratuitamente. Si cuando cumpliste 80 años, aquella modesta fiestecita se transformó en una casa abarrotada de gente sólo para saludarte y compartir contigo. Lo recuerdo bien.

¿Recuerdas la vez que, para ese campeonato de “fulbito” no pudimos conseguir arcos y construiste unos? Me dijiste:”No te preocupes, yo construyo unos de madera…”. Y en 20 minutos los tenías listos de la manera más improvisada y apurada. Que increíble de verdad. ¡Y recuerdas que al primer disparo al arco se partieron en pedazos? Te miré sorprendido y todos en silencio. Me miraste fijamente ¿te acuerdas?, para después soltar una carcajada que contagió a todos los allí presentes. Te escribo esto y no puedo dejar de reírme recordando aquello.

Y es que siempre fuiste así: te podías reír hasta de ti mismo de la manera más inconsciente e irreverente; creo que eso lo aprendí de ti también. Por eso prefiero tomarme las cosas con gracia ahora, así sea el más absurdo de los protagonistas.

Un día me contaste como conociste a aquella negra linda de la cual te enamoraste. Si fue hace mucho tiempo, lo sé. Y te casaste al fin con ella y tuviste dos hijos. Y me contaste también como ella murió cuando el mayor de ellos tenía apenas 4 años. Sé lo que habrás sufrido, más esa parte jamás me la contaste. Jamás te volviste a enamorar, mucho menos casarte. Al menos nadie te conoció otra mujer en la vida.

Te enamoraste una vez, y sólo una.

Y en el fondo sé que cuando ella murió debiste decirle un “espérame” al oído.

Pasó el tiempo y te fuiste lejos. Viajaste al norte y allá te quedaste en casa de tu hijo menor. Sé que sólo te visitaba cuando viajaba a esa ciudad: pero créeme, te extrañaba tanto. Tus juguetes, tus roperos; mis corridas a la salida de la escuela para que me ayudases a fabricar esas maquetas, tus camotes asados que nos convidabas en la tarde, tus historias, tus sonrisas de siempre.

Cumpliste 97 años. Yo hasta ahora no lo puedo creer.

¿Recuerdas que antes de venir a vivir a este país, viaje aquellas 12 horas sólo para visitarte?
Allí te vi, te abracé y vimos fútbol en la TV. Claro que sabes que no me gusta verlo, pero igual no podía dejar de sonreír cuando te sabías el nombre de cada uno de los jugadores. Ya no tenías los mismos movimientos, más si el mismo gesto tierno en tu rostro, a pesar del Parkinson.
Pasé solo unas horas contigo, lo sé.

¿Recuerdas lo que te dije cuando me iba con esos ojos enrojecidos que sabíamos bien disimular? A lo mejor no lo recuerdas, por eso te lo repito (y te lo repetiría eternamente):
“Te prometo que volveré a verte”.

Fuiste el mejor carpintero del mundo.

Fuiste la persona que serruchó cada tristeza en mi cara con cosas tan simples, para convertirlas en esperanza. La que barnizó tantos instantes en mi vida, para hacerla brillante, única y duradera. Fuiste quién torneo esa cabeza de madera que siempre fui, para que siga intentando cada día ser articuladamente mejor.

Fuiste (y eres) el mejor abuelo del mundo.

Recuerda, Te prometo que volveré a verte.

Tu nieto que te adora y agradecerá eternamente...

Pepe.



Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...