domingo, 20 de marzo de 2011

animaladita. (minipost)

Hace varios días, conversando entre cervezas con unos primos, recordamos un hecho de aquella entrañable (que es la manera linda de decir “más antigua que la putamadre) época escolar.

Se las resumo:

Habían dejado de tarea en la escuela (dadas las Fiestas Patrias y aprovechando toda esa parafernalia de amor por la tierra que nos vio nacer), traer emblemas, símbolos y gráficas afines a esta fecha muy llenita de patriotismo. Bueno, a uno de estos primos míos (nombre que guardaré en reserva por no contar la autorización necesaria para revelarlo) le destinaron traer un dibujo tamaño afiche, 4 m x 2m., full color, enmarcado y si es posible enmicado de San Martín, libertador de América y casi un ícono en las celebraciones del 28 de Julio. Como este pariente mío, tenía muy malas artes para la ilustración, nos ofrecimos ayudarle sin pensar que recibiríamos una negativa de su parte, la cual tomamos como una sorpresiva y repentina muestra de responsabilidad e independencia ante las tareas escolares.

Y así, se pasó casi la madrugada entera en la habitación, sudando la gota gorda, dando lo mejor de sí, haciendo trazos, coloreando y haciendo un esfuerzo sobrehumano para cumplir a carta cabal su cometido. A la mañana, en la hora del desayuno antes de ir al colegio, quisimos ver su trabajo terminado, pero otra vez se negó, con la excusa que lo había enrollado y no quería pues desarmarlo nuevamente y posiblemente estropearlo.

De vuelta en la tarde, todos nos dimos con la sorpresa que le habían devuelto el trabajo, y no contentos con eso, le habían puesto la nota más desaprobatoria del salón. Acongojado él y más aún sorprendido, nos relataba semejante injusticia, casi entre sollozos. Al pedirle que nos muestre el trabajo para al menos tratar de entender la situación y sobretodo, extender nuestro reclamo a la escuela pues habíamos sido espectadores del esfuerzo puesto en la ardua tarea vimos algo como esto:





PUTAMADRE... HAY QUE SER IMBECIL!!!


*ilustracion: (tomada de  joseantonioavalos.com )
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domingo, 6 de marzo de 2011

ruidillos cinematográficos.


La semana pasada se respiraba en el ambiente un leve airecillo cinéfilo con todo el tema de los premios Oscar, y yo, que soy una persona que no se quiere mantener ajena a este tipo de acontecimientos de importancia universal, me dije cierto día: “Pepe, vamos al cine”.

Bueno, para no faltar a la verdad, las razones fueron las siguientes:

1) Mi ‘dealer’ de DVDs piratas se había tomado sus merecidas vacaciones, así que no me quedaba otra que ir al cine… (y adelantándome a algún tipo de comentario que Uds puedan afirmar, no estoy haciendo una apología a la piratería, pero.. vamos.. ¿quién no ha comprado alguna película pirata alguna vez? ¿quién no ha pensado alguna vez contrabandear con colmillos de marfil? o ¿a quién no se le ha pasado por la cabeza en algún momento traficar con niños africanos?... son cosas de lo más normales, mis queridos amigos).

2) No quería que en mi próxima reunión extracurricular, evento corporativo o fiestecita de barrio alguien me pregunte : “Oye Pepe, ¿has visto la película tal…?” y yo responder con un “uhmm, no”, sino mas bien con un estruendoso : “claaaaaaaaaaaro pues broooooderr….”, y quedar como el mejor exponente del cine actual.

3) Era martes y la entrada estaba a mitad de precio.

Entre tantos estrenos en la cartelera, escogí ver “Black Swan” (‘Cisne negro’ para los que aún no dominan por completo el húngaro), por la única y exclusiva razón de que Natalie Portman es a mi parecer la mujer más hermosa del planeta, OBVIO después de mi madre (no sé si se enteraron, pero mi vieja ha comenzado a leer mi blog, y porsiacaso me aseguro). Así que muy campante, mirada en alto y dando pequeños saltillos cual contento roedor egipcio, me dispuse a ir al cine; solo como de costumbre, porque me es mucho más cómodo que ir acompañado (si a eso le agregamos que ando más sólo que la putísima madre).

Ya instalado en la sala del cine, lucesitas apagadas, y Coca Cola muy helada en mano, en plena tanda de comerciales me puse a analizar a mi alrededor el festín de “extravagancias” que uno puede encontrar en un lugar como este (“extravagancias” es una forma sutil de decir “puritas ganitas de joder”):

- Siempre hay un tipo hablando por celular. O sea, por más que sale tremendo mensajote de 17 metros por 9 en la pantalla que dice: “por favor apaguen sus celulares” siempre hay un necio. Y encima, tiene un ringtone con el reggaetón más espantoso. Y no habla: grita en supersónico.

- Algunos llevan comida como si estuviésemos a puertas de alguna profecía Maya. No sería problema aquello si no fuese porque en plena ingesta de alimentos, hacen el ruido equivalente al que haría un Velociraptor masticándose a una abuelita con osteoporosis.

- Debe haber algún tipo de esencia afrodisiaca en las salas de cine, porque pasa que de ley, tiene que haber algún par de amantes despreocupados (y siempre delante de de uno) prodigándose amor eterno de una manera tan pero tan física, que prácticamente entre lamidas y besos, están enjuagándole la cabeza y cabellera a la pareja…

- Nunca falta el payasín y super divertirijisillo individuo que en las escenas cómicas, no sólo se ríe abriendo toda la magnitud que le ofrece el hocico (mostrándote además todo su bolo alimenticio), si no que aparte de eso: aplaude como orangután de circo tailandés.

- Hablando de comidas, ¿será la oscuridad la que hace a la gente introducir un pop corn a la boca y dejar caer otros catorce al piso?, porque siempre al prender las luces, tremenda chanchada que hay…! Hay que agradecer a todos los cielos que en las cafeterías del cine no venden arroz con pollo o pulpos a la parrilla, que si no…

- Siempre, en toda función, hay un sujeto (a) que se sabe la película completa y empieza a adelantarte las escenas, al cual muy cortésmente dan ganas de acercase y dándole un golpesillo en el hombro expresarle :”… hey, flaquito (a), disculpa que te interrumpa, no?, pero si ya viste la película, corazoncito… PARA QUE RECONCHA VIENES Y ENCIMA JODES TU Y ESA CARA DE EXPERMIMENTO GENETICO, POR LA PUTISIMA MADRE, AH?”

- En toda sala de cine, siempre hay un niño que jode y jode, de esos que te hace suspirar y susurrar mirando al cielo: “Diosito lindo, hazte una y mándanos a Herodes nuevamente…!


En fin, todas estas cuestiones las pasé por alto ya que forman prácticamente parte de la tradición cinéfila, así que bien acomodadito y muy atento, opté por disfrutar la película. Todo andaba de maravillas cuando, intempestivamente, se oye un sonido tan pero tan extraño, que sólo me hacía pensar en que por debajo de nuestros asientos había una estación de trenes Liliputiense o que alguien en la sala era un imitador genial y estaba practicando el número del Tigre de Bengala agripado…

… lamentablemente, tarde me di cuenta que aquel estruendoso sonido salía de lo más profundo de mis entrañas, el cual me hizo acordar en el acto que hasta ese momento no había tomado ni desayuno ni almorzado, por lo tanto, mi ovoide cuerpecillo reclamaba (a su modo muy sonoro y particular) algún tipo de alimento, ya sea un ramillete de alfalfa o alguna tierna gacela con la cual saciar de algún modo a ese estomaguito mío tan prepotente.

Como era de esperarse, me hice el desentendido del asunto y pensé “bueno, si tengo hambre… pero bueno, donde consigo en este momento un jabalí al palo con papas doradas al mojo de ajo, no?”, así que con la mejor carita de huevón seguí con la mirada fija en la pantalla. Pero mis órganos internos tienen la cualidad de gobernarse de manera muy independiente, por lo que minutos después, otro sonido hace eco dentro del salón. Esta vez no me cabía dudas: o estaba en mi decimo cuarto mes de gestación de gemelos, o tres Aliens, muy ‘metaleros’ ellos, estaban ensayando con su banda dentro de esta panza mía.

Gracias a que el Señor que está en los cielos, aparte del talento para el tango, me dió el de la actuación, cada vez que los concurrentes volteaban a mi lugar para mirar de donde provenían aquellos sonidos tan galácticos, yo, muy fiel a la astucia digna del Avispón Verde, volteaba a mirar al tipo de al lado como preguntándole “uy hermanito... Qué paso?” (Y así, la libraba un poco).

Ya que estos sonidos eran incesantes y cada vez más musicales, en toda la grandeza de mi inteligencia, opté por tomar la mayor cantidad de Coca Cola, ya que en este cerebrito prodigioso, se me ocurrió la iluminada idea que con eso “engañaría a alguno de los cuatro vacunos estómagos que me regaló la naturaleza”.

NOTA MENTAL: nunca, pero nunca, por favor, ingieras Coca Cola helada (y menos de un tirón) cuando el estómago te suene, ya que aquellas ondas sonoras se convertirán en el equivalente a un dragón japonés haciendo gárgaras con vidrio molido.

Y así fue: si antes mi estómago, páncreas y molleja sonaban de una manera espantosa, ahora aquel audio era un remix electrónico de 12 pulgadas. Y ya que las miradas ajenas se asomaban cada vez más constantes a mi posición, opté por girar la cabeza y susurrar sutilmente al adolescente de al lado un “shhhh... no hagas ruido pues ‘broder’, donde estamos?”, a lo que este, muy sorprendido y silencioso, optó por hacer mutis muy extrañado con cierta complicidad gratuita.

De esta manera, convertí toda la función cinematográfica del “Cisne Negro” en una suerte de “Ganso Ruidoso”, y aprendí que en cada mirada curiosa de los demás hacia mi persona producto de los ruidillos aquellos, debía girar la cabeza en negativa con cierta mirada de “que muchachito este, no?”, señalando con la ceja muy asolapadamente al individuo de al lado. Pero obviamente no era maldad: era supervivencia.

Y estoy más que seguro, que el chiquillo de al lado, gustoso y heroicamente, se inmoló por salvar la muy trabajada reputación de este servidor. Yo en su lugar, con el mayor de los patriotismos hubiera hecho lo mismo con humildad y alegría.

Ya terminada la función (obviamente fui uno de los primeros en salir), me dirigí a pasos agigantados a la primera cafetería cercana, para aplacar de alguna manera a este mamífero y hambriento cuerpecillo. Mientras sacaba dinero de mi billetera haciendo la cola para pagar, un niño de aproximadamente 8 años pasa corriendo frente a mí y sin querer, roza con un empujoncillo a la elegantona señora centímetros delante.

Casi de inmediato la señora voltea y me mira atenta (y algo enfadada) como exigiéndome una explicación, a lo que volteo a buscar al infante ya en ese momento bastantes metros alejado…

- “Discúlpeme señora, fue sin querer…”, atiné a expresarle, culpándome y agachando un poco la cabeza frente a su cara de pocos amigos, mientras mirando al niño a lo lejos pensaba:

“…que mocoso hijo de puta!”

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