domingo, 5 de septiembre de 2010

treintaycuatro.



Si, hace un par de días fue mi cumpleaños. Nunca fui muy afectado por este tipo de acontecimientos en mi vida (muchas veces recuerdo que se acerca esta fecha uno o dos días de anticipación). Es como una cuestión de costumbre o como se le llame, pero este día crea tanta expectativa en mi como el proceso evolutivo del camarón de río. Este año fue un poco diferente.

Cumplí treinta y cuatro años.

Treinta y dos para mi viejo, treinta para los amigos.

Ahora me pongo a pensar, y caigo en la cuenta que los cumpleaños para mí siempre han sido una cosa extraña.

Cuando niño, mis padres acostumbraban a organizar esas fiestecillas llenas de niños que yo desconocía, en donde me colocaban una coronita en la cabeza porque “Mi Pepito es el rey de la casa”, decía mi madre (aunque la Primera Ministra era ella, ya que mis “órdenes” le importaban un reverendo carajo, les cuento…) Decoraban la casa con globitos, serpentinas, piñata y demás artilugios que en su momento me creaban un mundo de fantasía sin igual, para horas más tarde ser el causante de mis primeras peleas amateur con los desquiciados infantes de turno, cuando veía como reventaban MIS globos, se comían MI comida, se saqueaban todo el relleno de MI piñata, y lo peor, se divertían más que YO… (¿recuerdan cuando les conté que de niño yo era como la versión de Forrest Gump andina?... bueno, nunca me divertía en mis cumpleaños…)

Recuerdo que me disgustaba (y porque no decirlo, me avergonzaba mucho más) el momento en que me cantaban a coro sus saludos y me hacían pedir deseos soplando la velita sobre la torta. Nunca entendí, además, como una canción que imagino se canta desde los tiempos más remotos: el tan famoso “Cumple Años Feliz”, nadie hasta ahora puede darle al tono y logran cantarla tan pero tan mal. Mas que una oda a tu persona, es un castigo a los tímpanos de nosotros, por aquella época, criaturas tan virginales auditivamente. Al llegar la parte del “Feliiiiz…Cumpleaaaaaaños…” (y aquí decían tu nombre), en mi caso oía cosas (hasta ahora) como “Feliiiiz…Cumpleaaaaaaños…Peeeepeee…” (dicen los amigos de siempre)… “Feliiiiz…Cumpleaaaaaaños…Joséeeeee…” (los que se colaron a tu fiesta o jamás invitaste)… “Feliiiiz…Cumpleaaaaaaños…Pepitooooooo…” (mi vieja.. SÓLO MI VIEJA, ok?)… “…Feliiiiz…Cumpleaaaaaaños…Niñooooo…” (mi papá). Todo al mismo tiempo. Es decir, una cremolada de nombres que al final sólo terminan por hacerte extrañar al silencio con alma, vida y corazón. Claro, llegado el momento de soplar aquella llamita coquetona sobre la velita incrustada en la torta que mi madre preparaba con esas manos santas (e improvisadas), nunca faltaba el graciosito que se te adelantaba y te apagaba la flama aquella, y de pasada, esfumaba los deseos que pensaste durante un año entero.

Tema aparte en mis fiestecillas de antaño eran los payasos.

- “Mamá no me gustan los payasos…”

- ¡Pero hijito, son tan graciosos… ven que te vas a divertir…”

- NO MAMÁ, diles que se vayan… me dan miedo...

- ¡Hijito, van a jugar contigo… ven, vamos…!

- NO QUIERO… NO QUIERO…!

- José Oscar Orejuela… si no sales en este momento, te juro que…

- Ya mami, ya salgo…

Fue así que mi primera palabrota fue “Payaso de mierda”.

Y no es que tuviese algo contra los payasos, al contrario, me encantan. Pero para aquellas épocas pareciese ocurría una necesidad desmedida por parte de mis padres, para en ocasiones como mis onomásticos, traerme a los seres más demoníacos del universo. Estridentes personajes con cabellos fosforescentes, chillones, de mirada penetrante y peor aún, chistes malísimos… (o en su defecto, para mayores de 29 años). Tengo aún en mi cabeza cierta ocasión, cuando niño, entré en una de estas fiestas a un almacén detrás de la cocina y vi a un payaso de estos maquillándose, y al mirarme me sonrió con una mirada espantosa… motivo por el cual no abrí los ojos ni ingerí alimentos en los siguientes 3 meses y medio.

Pero fuera de todo este contexto infantil, y que no tenga un recuerdo emotivo de mis cumpleaños de antaño, debo resaltar que eran de las pocas oportunidades del año en la que tenía a mi lado mucha gente que realmente quería. Con el correr de los años muchas cosas fueron cambiando; costumbres, hábitos o formas de celebrarlo, pero siempre había un ambiente, al menos por unas horas, de estar rodeado por aquellos personajes especiales en mi existencia.

Por supuesto, en esta vida no todo es como uno realmente quisiera, por supuesto. Ya después de un par de días, pienso en todo el año que se me fue. En las alegrías que obtuve, en los momentos realmente especiales, en los cambios, en los nuevos sueños; en las personas que perdí, en las voces que necesité escuchar, en los abrazos que necesité dar.

Repito, los cumpleaños para mí siempre han sido una cosa extraña.

He cumplido treinta y cuatro años. Cosa realmente extraña en mi cabeza.

Siempre tuve presente que para lograr lo que realmente querías, debías renunciar a otras. Y que a veces, como aquellos payasos de mi infancia, debías llenarte la cara de maquillaje, ponerte un buen sombrero y tu mejor traje, para seguir caminando en este rumbo al que le llamamos vida.

Y ahora, a veces, me detengo al cruzarme con las personas; con una mano me quito y elevo un poco el sombrero mientras agacho un poco la cabeza, saludo haciendo una mueca, para volverme a poner el bombín, y manos en el bolsillo, seguir mi camino.

.
Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...