viernes, 21 de agosto de 2009

¿COMO LO VIO EN TV.?


Es inevitable hacer zapping de cuando en vez, para sin darte cuenta caer en esos canales donde te ofrecen una serie de productos “maravillosos”, “impresionantes”, “espectaculares” y mejor aún, a un “precio insuperable”.

A mí me pasa seguido: quedo enganchado observado las virtudes y bondades de los aparatejos estos, para terminar sin entender realmente la razón por la cual un mortal común y silvestre como yo deba adquirirlos.

Conversando cierto dia con mi muy demente amigo Sandro (http://panconjamon.blogspot.com/) llegamos a la conclusión de lo extraño en la mayoría de estos productos, y nos preguntábamos el porqué de quedarnos atentos escuchando la sarta de beneficios incoherentes que estos nos ofrecen.

-Existe un blanqueador dental llamado algo así como “Teeth Whitening System Skywalker Underground SilverSky In The Middle Of the Night” (palabrucha realmente impronunciable por aquellos a los que vivimos aferrados al idioma natal) el cual ofrece a tus dientes un brillo tal que, con solo un par de semanitas de embadurnarte los caninos, incisivos y molares con esta pomada mágica, abres la boca con tal luminosidad que matas al primer incauto de una ceguera realmente mortal. A parte me pregunto cómo harán para pedirlo por teléfono con semejante nombresote: “Buenos días señorita… quiero pedir dos… uhmmm… dos de este…. Uhmm .. esteee.. dos de … de… de esa huevada pa’ blanquearte el diente pe’!”

-Si por aquellas desgracias del destino, eres de las personas que jamás escucha nada bien, de los que siempre responde con un “¿Ah.. cómo.. qué dijiste?”, o simplemente eres un chismosaso de porquería que quiere estar siempre atento a las conversaciones más ajenas, está el ya popular “Whisper”, que no es otra cosa que un dispositivo que insertas en la orejota en forma de audífono y listo: puedes oír la caída de un clavo a un kilómetro de distancia, la respiración de una oruga del jardín de la vecina y el sonido de una mosca tragando saliva. Me pregunto si por esas cositas del destino, me pongo una de esas cosas en mis siempre limpias orejillas (uso hisopos de 100 por un sol, esos con la carita del bebe delante) y a uno de mis sobrinos se le ocurre reventar un petardo cerca… de una hemorragia automática expulso por mi orificio auditivo al yunque, estribo, martillo, desarmador y sacacorchos, no?

-Si perteneces a nuestro grupo de personajes con cierto (pero muy leve, muy leve) abultamiento en la parte abdominal, existe el fantástico “Body Slim”, bálsamo maravilloso que con sólo esperar 40 minutos luego de ser aplicado, te baja la panza hasta 20 centímetros y a la mierda el gimnasio y las dietas!!! Claro, que algún órgano interno desintegrado o una futura irritación crónica de la piel vale bien la pena con tal de causar enamoradizos suspiros este verano, no?

-¿Eres de esos inútiles que no sabe siquiera cortar una cebolla en dos? ¿Pelas una papa y al final te queda 2 centímetros cúbicos del sagrado tubérculo? ¿Haces la ensalada de fruta con cascarita, tallo y semillas? Pues aquí está la solución: el “Pro V Slicer”, bendita creación del cielo para aquellos alérgicos a las labores culinarias, el cual con sus filosas cuchillas dejan a las espadas Hatori Hanzo como pancitos de 20 centavos. Y lo mejor, es que no corres peligro al lavarlo, ya que (según demostración del vendedor por T.V.) puedes pasar la mano por encima (Ojo, de forma vertical) sin cortarte. Los que nunca terminaron la primaria, lavarán la cosa esta de la forma inadecuada, para terminar guisando un buen plataso de dedos.

-La licuadora, mijitos, ya es cosa del pasado, luego de la majestuosa aparición del “Magic Bullet”, que tritura todo, absolutamente todo en un par de movimientos. Inclusive, puede triturar un clavo de acero (he pasado los tres últimos días buscando en la red alguna receta que contenga clavo molido sin suerte alguna, claro, aun no entre a faquires.com) Y para acrecentar un poco más la ociosidad y las epidemias benditas que nos azotan el cerebro últimamente, “con un solo chorrito de agua” zas!, ya esta lavadito, lavadito.

-Eres de las chicas a la cual la naturaleza no le fue propicia para resaltar una “delantera” llamativa (léase “tienes tetas chicas”), pues no hay problema, porque con el “Xtreme Bra!” (que no es otra cosa que un brassiere cual corsé del siglo XVI) te levantaras los senos de tal forma que ni el cuello se te verá. La circulación cortada es cosita de nada. Entonces, ahora que te vayas a la fiestecita de fin de semana, la Anderson quedará a tu lado como cualquier porquería… (ojo, es sólo para usar debajo del vestido, porque es un artilugio horrible y nada sensual).

-¿Tienes unos pies que parecen spondylus erosionados? ¿Tus callos hacen que las plantas de tus miembros inferiores parezcan la cordillera de los andes? Tranquilo, con el “Ped Egg” (aparatucho parecido a un rallador en forma de huevo) te sacas estas molestias en un dos por tres… y lo mejor, es que toda esa piel muerta y asquerosa, queda depositada dentro para que la guardes, la uses como efecto de nieve en tu pesebre en Navidad, o en el peor de tus miserias, engañes a tu suegra con el mejor queso parmesano europeo sobre sus tiernos spaguettis. (La publicidad esta es un tanto desagradable, la verdad)

-Hey tú, fanaticón de los rezos y las almas purificadas ¿Harto de este mundo banal y descarriado? ¿Quieres llevar a Diosito en la comodidad de tu cartera, mochila, billetera? ¿Te da flojerita ir a la Iglesia los domingos? Respira hondo y no te golpees mas el pecho que llego la fabulosa “Cruz de la Plegaria”. Si, una cruz…. O sea, uhmm… si eso: una cruz. Pero lo maravilloso es que viene en tres tamaños: small, médium y large (imagino que para diferente tipo de pedido celestial) Los tiempos cambian señores, y ahora en el cielo también aceptan Visa Mastercard… porque Cruz de la Plegaria: 90 dólares… Llamada telefónica con espera: 5 dólares… Gastos de envío: 10 dólares… Pase Vip al cielo (con dos tragos de cortesía): NO TIENE PRECIO.

Sería interminable describir cada uno de estos productos.

Hace unos días, la madre de una amiga (muy compulsiva en compras ella) adquirió una máquina de Pilates por este medio, el cual prometía que, a sus bien logrados 60 años, podría tener un cuerpo de quinceañera, terso y firme, y ser la envidia de las arrugadas señoras que se reúnen viernes a la noche a jugar bingo (perdóname mamá, tu también vas pero sabes que no eres vieja, no?) Armó el producto, se tiró al piso y en dos minutos estaba llamando a la hija para que la llevase a emergencias, pues uno de los sujetadores estaba mal colocado y le causó una contusión de padre y señor mío…

Debe ser que todas estas cosas nos son ahora muy necesarias en nuestro quehacer diario, o por lo menos así nos lo hacen creer. Y por supuesto, respeto a las personas que de buena fe compran estos con tal de hacer sus vidas “más fáciles”.

Pero me quedan algunas preguntas en mente, ¿Son realmente confiables estos productos? ¿Pasarán un estricto control de calidad para ser útiles y no peligrosos a los usuarios? ¿Alguien dijo que había crisis en el país como para que la compra de estas baratijas sea un verdadero boom? ¿En una pelea callejera, quién pega: el increíble Hulk o Hellboy? ¿Batman tiene tanto frío como para que resalten sus tetillas sobre el traje?

Es un misterio mijitos, es un misterio…

martes, 11 de agosto de 2009

Santa Palomillada !

Hace un tiempo, al caminar por ese barrio mío que me vio nacer, se podía ver algo asi:



Ahora, al caminar por el mismo lugar lo que se observa es esto:


Exacto.

Las palomas han invadido y tomado nuestro hábitat de la forma más descarada.
Nadie sabe de dónde salieron, ni cuando llegaron. Pero allí están, por miles, invadiendo cada centímetro de cielo, cada tejado, cada balcón, cada calle.

Claro, más de uno puede decir: “¿Qué te van a hacer unas indefensas palomitas, no?”

Cagar todo a su paso señores.
Las palomas son como una máquina de excremento que trabaja las 24 horas del día. Tienen el talento suficiente para hacerlo sentadas, paradas, volando… hasta comiendo. Y no estamos hablando de insignificantes centímetros cúbicos de caca. No, no. Al ser ellas miles, imagínense el océano de deposiciones dejadas a su paso… el equivalente a la diarrea diaria de unos 147 mamuts y medio (sí, saqué la cuenta)

Suelo ser una persona muy madrugadora por cierto. Desde niño me he acostumbrado a despertarme muy temprano. A las 6 y media de la mañana ya ando estirándome para comenzar a realizar mis normales labores. Gracias a estos animalitos del señor y sus incesantes arrullos, mis despertares son ahora poco antes de las 5 de la mañana, con una visión aterradora a través de mi ventana que va masomenos así al abrir mis cortinillas:

Los bichos estos se han depositado en mi balcón para hacer de él su bulín extramarital (se rumorea por allí que las palomas son muy infieles). Cada mañana me despierta el ruido de cientos de estas que han encontrado, al lado de mi ventana, el mejor lugar para sus prácticas amorosas y reproductivas. Por ello, antes de que el sol empiece a mandarnos sus primeros brillos, escucho el constante “uuuhhh uhhhh uhhhh” (que en idioma palomil, debe significar algo así como “dale papi, no pares” o que las avezuchas estas fingen orgasmos de la manera más descarada)

¿Pero cómo combatir tamaña invasión de estos alados seres?

La misma pregunta nos la hicimos en el barrio, sacando como posibles soluciones las que aplicamos últimamente.

1) A punta de resortera, deshacernos de cada una de estas. Pero estadísticamente hablando, calculemos que cada persona le puede atinar a 3 palomas de cada 10 intentos, siendo muy optimistas… necesitaremos un aproximado de 4 000 individuos y unas 120 000 piedritas, cosa un poco complicada de conseguir cuadra a la redonda.

2) Soltar al vuelo algún halcón que las combata o en su defecto las devore; acto que noblemente realizó un viejo amigo nuestro con su ave de caza, que terminó apanado por el grupete de enfurecidas, montoneras y muy descriteriadas palomuchas para no querer salir de su casa en los próximos 4 años. Entonces, sería más fácil conseguir 2 dragones orientales que unos 5000 halcones, no?

3) En un arranque de locura, pensamos que serán las balas quienes nos libren de esta batalla aérea a las que nos vemos sometidos; para que nuestro viejo amigo Rodolfo, muy fiel a su buenísima puntería con el rifle, le diera exactamente al lado más sensible del tanque de agua de la vecina para inundar su casa en un record de minutos, mientras las palomillas observaban desde arriba el espectáculo.

4) Desesperado, y muy sádico por cierto, pensé en embadurnar con mis mejores artes varios kilos de rico maíz con el cianuro más letal o el raticida más usado por los suicidas de turno, y por la noche lanzarlos para convertirlo en el último alimento de las invasoras estas… para luego pensar, que terrible sería a la mañana siguiente estar bajo una lluvia de cadáveres incesante (o ya escuchaba a mi madre decirme: “me barres las tres mil palomas muertas del patio producto de tu payasada, ok?”)

5) Organizar una Genial Palomada Bailable. (pero no, las palomas estarían envenenadas y por ende, causaría una intoxicación en serie)

¿Entonces qué hacemos con estos bichos condenados?

Estoy cansado de limpiar mi balcón a diario para verlo a la mañana siguiente con esa suave textura de mierda sobre ella (porsiaca a los que se olvidan: Mierda (del latín merda[1] ) es una expresión generalmente malsonante y polisémica, y usada principalmente en el lenguaje coloquial. En sentido estricto es el resultado del proceso digestivo, y se refiere a las deshechos fecales de un organismo vivo, normalmente expulsados del cuerpo por el ano) ; y mucho menos, ver convertido los alrededores de mi habitación en un festín porno palomil.

Pensé en mi mayor de las desesperaciones mandarme unos santos rezos... pero recordé que el Espiritu Santo es también una paloma, por lo mismo, allá arriba tenían un aliado mas que un enemigo... la pucha!

Lo juro, no soy un asesino descarriado, ni un terrorista de la naturaleza… es más, las aves me gustan (algunas con papas y ensalada, más que otras); pero estas palomas nos han declarado la guerra sin aviso, con sus diarios bombardeos e intromisiones prepotentes…

… y esta guerra, en nombre de la humanidad, no la pienso perder...

(así que insistente, moriré en el intento)

¿Cómo pueden ser símbolos de paz estas alimañas del mal?

viernes, 7 de agosto de 2009

"I ain't afraid of no ghost..."


Analizando un comentario en el post anterior escrito por mi entrañable amigo Javier, me percato que tiene absoluta razón al decir que los gatos formaron parte importante en nuestra niñez. ¿La razón? No tengo la más absoluta idea, pero debemos ser reencarnaciones de los habitantes de la destruída Thundera o algo por el estilo.

A mediados de 1985 este servidor tenía 9 años aproximadamente.

No existía el Play Station: Yo jugaba Atari.

No teníamos ni cable, ni internet, ni pornografía gratis: veíamos sólo 5 canales en la Tv, si buscábamos información nos mandaban a la biblioteca, y lo más cercano a la pornografía fue verle las tetas a aquella adolescente vecina mientras se cambiaba frente a mi ventana.

Mucho menos existían los multicines: existían los cines de barrio, con función “matiné y vermouth”, en los cuales podías pagar entrada bien a platea (en el primer piso, si no tenías muchas monedas) o mezzanine (en el segundo piso, donde podías ver las películas mientras arrojabas objetos, pop corn o gotitas de baba a los de abajo, sólo por purito joder)

Para ese entonces se estrenaba en Lima la película “Ghostbuster” (Cazafantasmas).
Junto a la pandilla la vimos y nos encantó. Diecisiete veces fuimos a verla. Si, diecisiete. Así de ociosos eramos, asi de animalitos además. Nos sabíamos los diálogos de memoria, el nombre de cada personaje, la duración de cada escena, el soundtrack completo y hasta el nombre del asistente de maquillaje para la filmación.

Cuando tienes 9 años, la vida es flotar en el aire sin percatarte que abajo hay un piso frío y duro al que en algún momento debes pisar. Y nosotros más que flotar, éramos como cometas, muy ajenos a lo que debajo podía suceder. Así nos pasaba siempre.

Cierto día, saliendo del cine, quisimos ser “Cazafantasmas”. Y así lo decidimos: Adrian, Javier y Yo seríamos Cazafantasmas.

Las ganas nos sobraban, pero necesitábamos algunas cosas que se adecuen a nuestras nuevas personalidades.

Primera Misión: Conseguirnos trajes adecuados.
Buzos viejos para protegernos de la radioactividad fantasmal, mangueras para capturar a los entes… sustraídas de las aspiradoras en casa; cucharones, tenedores, sacacorchos, un frasco de ají y demás utensilios de cocina para arremeter contra algún espíritu rebelde que ponga resistencia; y por último, pero no por ello menos importante, el arma que nos mantendría salvo de algún ataque paranormal (en mi caso, la vieja pistola de agua se convirtió rápidamente en un detector de ectoplasma). Claro, al poquito tiempo nuestras madres se dieron cuenta de la ausencia de algunas cosas en sus siempre ordenadas casas, para arremeter contra nosotros de la manera más injusta y despiadada. Hasta ahora recuerdo a mi iracunda madre explicándome entre gritillos nada disimulados: “Vuélveme a desarmar la aspiradora y con un zapatazo en la cabeza te quito lo chistoso, ok?”.

(Mi madre siempre fue así de cariñosita)

Segunda Misión: Encontrar un lugar que nos sirviera de guarida.
Nada podía en aquellos días asemejarse más a un depósito fantasmal como el garaje de Adrian y Javier (que muy a pesar de ellos, son hasta ahora hermanos). El lugar estaba perfecto, pero como que le faltaba vida a la cosa; ese toque mágico de un real cubil paranormal. Javier, que para ese entonces era un talento sobrenatural para el dibujo, para estar siempre en silencio y para ponerse medias más arriba de la rodilla como Candy, tuvo la brillante idea de dibujar aquel logo gigantesco en la pared de la cochera. Terminado quedó genial. Su madre lo vio también rato después, y con la misma genialidad nos puteo.

Tercera Misión: Publicidad.
Ninguna empresa que se conciba, puede funcionar sin publicidad. Y nosotros, jóvenes empresarios, necesitábamos hacer conocer nuestras labores y buenas artes. Nos pasamos toda una tarde escribiendo volantes que luego repartimos en cada casa del barrio; textualmente decía “Señora (está comprobado que las señoras toman las decisiones en casa) tiene un fantasma en casa? Llámenos a este número…”. Pasaron los días y al no recibir respuesta de nuestra primera estrategia publicitaria, decidimos ser por ese entonces los innovadores del Tele marketing.
Tomamos la agenda telefónica de casa, y nos dignamos a llamar a cada uno de los contactos agendados para preguntarles: “Buenos días, disculpe…tiene algún fantasma en casa?”. Era raro, pero parece que los fantasmas estaban de vacaciones o llamábamos a las personas en momentos inoportunos, porque o nos colgaban enseguida o sutilmente nos mandaban saludos a nuestras madres.

Luego de nuestro primer fracaso empresarial, manos en los bolsillos, salimos a dar una vuelta arrastrando nuestras mangueras y armas aún sin usar, para llegar a esquina aquella donde el fallecido Comegato había pasado sus últimos días. Si antes había muchos gatos en el lugar, en ese momento la casa estaba totalmente infestada de felinos maullantes.

Las grandes ideas en la historia, son muchas veces las que devienen de los fracasos.

Rodeados de tanto gatuno indeseable por ese entonces, y al darnos cuenta que lo más cercano a un fantasma por aquella época era la hermana de nuestro amigo Jaime, dejamos atrás los deseos de ser “Cazafantasmas” para convertirnos automáticamente en los “Cazagatitos”.

Si, Cazagatitos.
(ahora me explico porque ninguna Agencia de Publicidad me dá trabajo aún...)

Demás contarles que no cazamos ninguno. Lo más cercano a capturar un felino, fueron los arañazos en la cara que se ganó Adrian al intentar tomar a uno de estos por sorpresa y una soberana (y muy minina) meada en mi pantalón.

Pero día con día, con todo el equipo necesario para nuestro safari de barrio, salíamos en busca de nuevas aventuras… aventuras que terminaban para mí en la esquina, porque mi madre no me dejaba ir más allá. Justo en esa esquina, estaba la que denominamos luego “la casa de los gatitos”: una casa abandonada a medio construir, la cual estos animalejos habían convertido en su guarida permanente. No miento cuando digo que había allí unos cien gatos. No sé de dónde salía tanto micifuz, pero aquella casa se convirtió en nuestra guarida también. Y así, hombre y gato, convivimos en paz durante buen tiempo, hasta que un nuevo integrante quiso acoplarse al club de los Cazagatitos. Un vecino nuestro llamado Miguel, al que apodaríamos (hasta nuestros días) como “el Cholo”. En esos tiempos, Javier (que era una mente desquiciada y maligna) nos sugirió que cualquier individuo que postulase a nuestro club, debía pasar por una serie de pruebas para saber si es digno de tales honores.
Redacto sus pruebas que resumió en 4 básicas:

1) Pasar la lengua sobre un hormiguero (de esas rojitas que cuando te picaban te dejaban medio cuerpo paralizado y estéril de por vida)

2) Comerse un plátano aún sin madurar (muy verdecito, incomible, cuyos efectos secundarios quedan como secretos de inodoro)

3) Caminar con ademanes muy femeninos (léase, caminar como marica) por toda la cuadra.

4) Besarle el culo a mi perro (no tengo que explicar mucho esto, o si?)

Y nuestro Cholito, toditas las hizo. Cada una, cada reto, lo pasó con total hidalguía y heroísmo.
Cuando acabo, le dijimos que nos parecía que no estaba preparado aún, y que nosotros le avisaríamos.

(El Cholo nunca fue un Cazagatito por cierto, pero si un valiente… y un huevón, eso sin duda)

Cuando tienes 9 años conviertes las pequeñas cosas de la vida es un mar interminable de emociones. Y en mi barrio, La Perla, todas esas aventuras se nos hicieron más que posibles.

Ahora ando de vuelta por la cuadra: ya no hay gatitos, ni casas abandonadas, ni hormigueros que el Cholo pueda degustar a sus anchas. Pero están esos amigos, esos que ahora al conversar nos preguntamos: “¿te acuerdas de la casa de los gatitos?”.

(Y disimuladamente al miranos, reímos… porque cada uno de nosotros sabe que nunca dejó de ser un “Cazagatitos” )
.

sábado, 1 de agosto de 2009

Comegato.


Todos en el barrio le llamaban “Comegato”.

Claro, cada lugar tiene ese personaje enigmático, extraño, misterioso del que nadie conoce origen, procedencia o misión para existir. Centroamérica tiene su Chupacabras; Irlanda tiene a su monstruo del Lago Ness; el Himalaya tiene a su Yeti, Norteamérica tiene a su Paris Hilton…

Mi barrio tenía a Comegato.

Comegato era un personaje que apareció un día y se quedó en el barrio.
Nadie conocía su oficio ni beneficio. Sólo deambulaba por las calles, observando, silencioso, como tramando siempre algo. Encorbado, de ojos achinados pero muy brillantes (en primera instancia asociados a la brillantez de la mirada felina, analizando después, a causa de los litros de alcohol barato que este sujeto ingería como si fuesen golosinas); raramente tenía las orejas alargadas y puntiagudas y sobresalían debajo de su nariz unos largos y blanquecinos bigotes. Sus uñas eran largas y descuidadas, y puedo jurar (era niño, entiéndame) que hasta cola tenía.

Cuando eres "un mocoso", las leyendas urbanas no son más que absolutas realidades. Así pasó con Comegato. Para mí, Comegato era una simbiosis humana-felina. No existía otra explicación.

- “Oye… ¿porqué se parecerá tanto a un gato ese tipo, ah?”, pregunté cierta vez.

- “Porque come gatos pues gil”, me respondió con total certeza ese amigo; el mismo que me afirmo que la masturbación te saca pelos de las manos, que si comes carne en Semana Santa te conviertes en un pez y que el Perú es un país democrático.

Entonces no había duda.
Esta persona comía gatos, y no habría otro apelativo para él que llamarlo: “Comegato”.
(tal cual el personaje de las revistas de "Condorito")

Extraña (o coincidentemente) vivía en una casa abandonada infestada de estos felinos.
Claro, para ese entonces analizaba yo, que si unos tienen gallinas en su casa para cubrir la ración familiar, otros crían vacas o cerdos, este Humanoide felino, quería asegurarse el menú de cierta forma. Nadie sabía a qué se dedicaba o que oficio practicaba, ya que por las noches, se le veía pasar con su botella de alcohol de dudosa procedencia que conseguía en Dios sabe donde.

Cierto día, a la pandilla de amigotes que éramos (y somos muy a pesar del tiempo) se nos ocurrió la brillante idea de ingresar a la vivienda de Comegato, aprovechando su ausencia. De infante, uno es aventurero, arriesgado, y porque no decirlo, excesivamente huevón.

(Y para el concurso de huevonazos, nosotros siempre salíamos victoriosos).

En fin.
Una vez dentro, (sin ánimos de exagerar) nos vimos frente a varias decenas de gatos que nos recibieron en un coro de maullidos incesantes. Al lado, un colchón viejo en el piso, varias revistas amarillentas por el tiempo, y botellas vacías sin fin. El olor no era el más agradable del mundo, y mucho menos acogedor la penumbra del lugar. Haciendo mérito de nuestra purita estupidez, quisimos introducirnos más en la morada, mientras yo insistía en largarnos de allí de inmediato (si, siempre hay un mariquita en el grupo)

- “Carajo!, ahí viene Comegato!”, escuché desde la puerta.

Tratando de emular a un güepardo muy drogado y acelerado, corrimos hacia la ventana con la intención de lanzarnos como pudiésemos con tal de que no nos atrape el Thundercat aquel.
(Si comía gatos, tranquilamente podía empujarse un buen arrebozado de niño idiota, no?)

Pudimos escapar.
Y al salir, sólo nos quedó observando por la ventana, quieto, atento, muy callado…
Hubiese preferido algún insulto de por medio, un zapato lanzado sobre nuestras cabezas o algo por el estilo; el silencio atento aquel me hizo pensar automáticamente que ese sujeto tramaba algo y nos tragaría en algún momento, cuando menos nos lo esperemos.

Pasaron los días, (donde obviamente no nos comió) y en mi puerta escucho un grito de uno de mis amigos:

- “¡Pepeeeeee!!!!... ¡se murió Comegato!!”

Bajé de inmediato y me contó que acababan de encontrarlo muerto a unas cuadras, en una pampa, con síntomas de haber estado alcoholizado.

Ni cortos ni perezosos llegamos al lugar rodeado de gente, y allí estaba, tendido sobre la tierra, con varias botellas al lado y muy extrañamente para el resto (más no para nosotros) una docena de gatos pasándole por encima: maullando atentos, vigilantes, fieles.

Nunca supe con certeza si Comegato se alimentaba de estos felinos en realidad. O si estaba armando una legión de ellos para invadirnos. Pero lo que sí sé es, que aquel día, entre aquel coro de maullidos sobre su cuerpo inerte, Comegato murió en su ley.
(Y fue difícil evitar decir un “miau” en mi cabeza…)

Ahora me pregunto: ¿Irán los gatitos al cielo?

Lo que si estoy seguro es que, cuando llegue allá arriba, lo primero que tienen que darle a Comegato es una buena taza de café para apaciguar semejante resaca.

Que en Paz Descanse Comegato.
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